Una biblioteca antigua creada en un pequeño atrio, similar a los claustros de los monasterios, con el objetivo de concentrar y guardar el saber humano. Un lugar atemporal que cobija el conocimiento atesorado a través de los siglos. Los libros representan un medio para difundir nuevos descubrimientos, historias y pensamientos. Son capaces de transmitir ideas a través de la palabra escrita para que no se pierda en el olvido.
Pero todo es efímero, la fragilidad, que es innata al ser humano, también lo es a su obra.
¨La pérdida de la palabra escrita», óleo sobre lienzo, 2021 (116 x 81 cm)
Me llama poderosamente la atención las creaciones del ser humano que se destruyen por el paso del tiempo, ya sea un edificio abandonado, una vía de tren muerta o un libro roto. Todo tiene un final. Pero ese final no siempre es agónico porque las ruinas muestran una extraña belleza.
Es una sensación contradictoria entre una profunda admiración por esa belleza y una gran tristeza por su destrucción.
La pérdida de la palabra escrita es un concepto que, en este momento histórico, puede parecer imposible debido al exceso de información que existe gracias a los almacenamientos digitales. Tenemos la impresión de que el saber no puede perderse. Pero sí que hemos perdido algo más importante: el apreciar, en la textura del papel, todos los esfuerzos que ha hecho el ser humano para transmitir el conocimiento, desde aquellos primeros escribas que, con su puño y letra, copiaban los libros para que no se perdieran.
Me imagino caminando dentro de mi propio cuadro, cruzando el atrio para alcanzar los libros que se derrumban en las estanterías del fondo, mientras imagino a los antiguos escribanos acariciando la cubierta de un libro mientras lo depositaban en su lugar.
El conocimiento jamás debería perderse.
Pintar esta obra ha sido un proceso complejo puesto que tal lugar no existe, aunque si que es real el lugar que me inspiró esta idea, las ruinas del monasterio Bon Xesús de Trandeiras, en la provincia de Ourense. Un lugar mágico, envuelto en silencio, cuyo claustro semiderruido es una ventana al pasado. Basándome en una imagen de este cenobio, compuse la idea teniendo en cuenta muchos de los lugares abandonados que he visitado para empaparme del ambiente que se respira en ellos. Me fascina contemplar cómo la vegetación acaricia la piedra o, en otras ocasiones, la ahoga.
Esta obra ha ido cambiando con el tiempo. En un principio los tonos marrones y la oscuridad dominaban la estancia reflejando la tristeza y la angustia del abandono. Unos años después de haberlo terminado, su contemplación me resultaba extraña, como que algo no encajase y llegué a la conclusión de que necesitaba luz. Así que volví a trabajar en él «retirando» las nubes que ocultaban el sol para que su luz iluminase el centro del claustro, alejando las sombras. También cambié a tonalidad de marrón a grisácea en toda la obra a excepción de la estantería al fondo del claustro, cuyos tonos dorados reflejan la belleza, la importancia y la luz simbólica del conocimiento resguardado en los libros.
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